Esta deliciosa rosca se popularizó en la Nueva España, donde se le dio un significado especial a la forma redonda por la naturaleza de Dios, que no tiene principio ni fin; además de caracterizarse por las riquísimas frutas dulces que eran la gracia traída por Jesucristo y el travieso muñequito escondido que representa naturalmente al Niño Jesús. Quien encontrara este muñequito sin duda era un afortunado, esto por supuesto era motivo de gozo, y se debía compartir el hallazgo con una fiesta el siguiente 2 de febrero, día de la Candelaria, o de la presentación del niño.
Actualmente la tradición aún es similar, porque el niño es vestido a todo lujo, acostadito en una canasta con flores o sentado en un trono y después de la misa de bendición, se reúne con la familia y amigos para celebrar el acontecimiento con tamales y un espumoso y calientito atole o champurrado.
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